Eclesiastés 1: 2-5
Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad.
¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?
Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece.
Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta.
Hace un tiempo atrás fui competidora de Bikini…
Antes de eso, seguía las dietas yo-yo. Ya fuesen altas en proteínas, bajas en carbohidratos, Atkins, o simplemente una dieta de pasar hambre hasta morir; estaba tan obsesionada por encontrar un plan ideal, el que me llevara a tener un cuerpo perfecto. Visitaba el gimnasio dos veces al día, corría durante horas en la trotadora o sencillamente me despertaba en medio de la madrugada (mientras mi esposo dormía) para correr en la trotadora nuevamente (no estoy exagerando). Solo para poder comer lo que quisiera un día de la semana (generalmente los domingos).
Contaba cada gramo de comida, cada calorías, cada carbohidrato y obsesionada continuamente investigaba diferentes fuentes de información sobre dietas y ejercicios, lo que me llevó a la ansiedad constante y acabé loca de remate. No podía ir a cenar porque le exigía tanto a los meseros que no querían atenderme. Les decía los ingredientes específicos que debía llevar mi plato. Pedía vegetales al vapor, sin aceite, sin sal añadida y cuando la comida al fin llegaba, devolvía el plato porque estaba todo grasoso. Pero solo mi mente enferma podía ver la “grasa”.
Seguía cuestionandome todo el día y toda la noche (no podía dormir pensando en cuantas calorías iba a comer al día siguiente y que ejercicios iba a hacer para quemar las mismas) para mantener mi cuerpo “perfecto”. Preguntas tan absurdas como: ¿ El almidón de las batatas me va a engordar? ¿Hacer tanto cardio es bueno o malo? ¿El levantar pesas es beneficioso o me va a hacer lucir hinchada? ¿Debería hacer yoga?… Y así sucesivamente .
Y todo para qué?
Estaba tannnn obsesionada con mi condición física porque para la sociedad era el símbolo perfecto de salud y bienestar. Solo por el hecho de que había ganado un evento de bikini. Terminé bajando una cantidad exagerada de peso, perdí mi menstruación durante siete años, lo cual trajo complicaciones a mis huesos, entre otras cosas. Estaba agotada física y mentalmente, me veía demacrada aunque para los demas era “perfecta”.
Competí durante unos años hasta que un día… un simple día, me di cuenta de que mi cuerpo era mi DIOS, mi ídolo, mi todo. La busqueda contínua de la perfección física y la delgadez, había atado mi vida en todos los sentidos. Puse en peligro mi matrimonio de tan solo meses y no por amor, porque mi esposo me apoyó en todo al 300%. Además perdí amistades al convertirme en una ermitaña y cabe mencionar el sufrimiento de mi familia. Deje pasar cientos de cumpleaños, eventos, pizzas y dulces, en fin… perdí mi autoestima, y lo más importante, mi relación con Dios.
Traté psicólogos, libros de auto ayuda, videos de mujeres que pasaban por mi situación y oración, pero nada de eso ayudó. Mi esposo estaba tan desesperado porque no encontraba que más hacer. A veces estaba a punto de vomitar en el baño y de alguna manera milagrosa siempre entraba y me detenía.
Y entonces…. me paré frente a un espejo y me dije: “¿Qué estás haciendo con tu vida? Estas perdiendo todo lo que siempre soñaste tener y para qué? Te ves tan demacrada y aún asi tu marido está junto a ti dando la batalla como un guerrero. ¿Quieres perderlo? POR SUPUESTO QUE NO”.
Así que me decidí y a pulmón empecé a cambiar mi estilo de vida. Era tan doloroso, tan duro, sufrí tanto pero poco a poco salí adelante. Y no me tomen a mal…. No hay nada malo en querer verse bien, comer saludable y cuidar de tu cuerpo, porque es templo del Espíritu Santo. El problema estriba cuando comenzamos a idolatrarlo, cuando te amas a ti más que a Dios.
Lo erróneo dentro del campo de la salud y la nutrición está en vendernos una imagen del cuerpo ideal. Las continuas comparaciones con las artistas está llevando a muchas mujeres, y en especial a niñas a maltratarse y castigarse continuamente privandose de alimentos. Dios nos hizo a cada una/o únicos, nos hizo a su imagen y semejanza lo que significa que para El somos perfectos. Entonces, ¿Porqué nos empeñamos en destruir su creación?
Cuando miro atrás, me río de lo tonta que fuí. JAMAS cambiaría lo que tengo ahora por nada. En aquel entonces pesaba 104 libras y era tamaño 0 pero me veía avenjentada y sufrida. Hoy día peso 114 libras y todavía soy tamaño 0, pero me veo alegre, me veo viva.
Tengo todo lo que siempre deseé: un gran matrimonio, verdaderas amistades, recuperé mi periodo y un negocio próspero, pero lo más importante le sirvo a Dios y disfruto de una una fuerte e intima relación con El. Todo este proceso me eseño que Jesucristo es el único merecedor de gloria y honra.
¡En aquel entonces no tenía nada!